domingo, 12 de agosto de 2012

Gabriela Cabezón Cámara en Viajera Visita





Gabriela Cabezón Cámara nació en Buenos Aires en 1968. Estudió Letras en la UBA. Su primera novela, La Virgen Cabeza (Eterna Cadencia, 2009), fue finalista del Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón y Libro del Año de la Revista Rolling Stone. Le viste la cara a Dios, una nouvelle que fue publicada como e-book por la editorial española Sigueleyendo, fue distinguida como uno de los libros del año para la Revista Ñ y ocupó el tercer puesto del Premio Libro del Año de Eterna Cadencia. Publicó otros relatos en diversas antologías.  Trabaja como periodista cultural en Clarín.  





Aquí, un adelanto de un trabajo en proceso:

No mata, por Gabriela Cabezón Cámara

La mano de Dios aprieta pero no ahorca. Y no mata: con la mano juntó Dios el barro para hacer los muñequitos y crearnos varón y mujer a Su trans imagen y semejanza, después la cerró y del puño estiró el índice hacedor, apuntó a la parejita de polvo y agua y lanzó el rayo vital mientras exhalaba un “¡Fiat!” con tantos pegasos de fuerza como granos de arena tienen las playas y los desiertos de la Tierra y lleno del divino aliento imperativo que es el principio del aire que respiramos y por eso mismo la mano de El no puede ahorcar. Y no mata.

    No mata, se habrá repetido como rezando, como se pide más líbranos del mal cuando se tiene los dientes del mal en la nariz, como se afirma casi sin aire Dios aprieta pero no asfixia aunque esté ahogando y lo habrá afirmado y reafirmado el soldado de Cristo Jesús y del Ejército Argentino Omar Octavio Carrasco porque bien sabía luego de cinco años de seminario bíblico que Dios vomita a los tibios. No era momento de preguntarse si gargajearía a los calientes y cagaría a los fríos, sólo tenía la certeza de que en el minuto que podía ser el último no podía andar dudando como un tibio pero dudaba él cuando estaba boqueando como un pescado porque se ahogaba, porque en vez de aire le entraba un líquido dulce que tal vez fuera el vómito de Dios y antes de que le entrara el líquido le habían llovido golpes como maná y uno, el final, le cayó como un rayo de Dios, lo vio venir y con el medio ojo que le quedaba abierto y la media cuerda vocal que todavía le vibraba gritó no cuando el borceguí del oficial que había visto retroceder a toda velocidad avanzó como un proyectil agigantándose y cerró los ojos cuando la punta le entró en las costillas y le agujereó un pulmón que se le empezó a llenar de sangre y él empezó a respirar Su vómito y ya no Su aliento, ese aire con que llenó la tierra para que volaran los pájaros y se mecieran los árboles y respiraran todas las criaturas que había creado para qué, para no estar solo sería, entonces le faltaba algo a Dios, habrá dudado Carrasco cuando le entró la punta de una patada que no le salió nunca más, para siempre se le quedó la patada adentro y siempre duró como veinticuatro horas: había venido con todo el envión posible para un milico bien entrenado y de piernas largas, la habrá visto venirse como quien ve caer una bomba hendiendo ese aire de Dios para los pájaros y los aviones y seguramente también para los misiles; así habrá visto Carrasco al borcego que lo terminó matando de un paro respiratorio aunque se dijera el soldado que la mano de Dios aprieta pero no asfixia y que la boca de Dios maldice pero insufla aliento divino y le da vida al polvo que somos y que si mata es al maldito pero no después de Cristo Jesús y además él, soldado de la Patria hacía tres días pero soldado del Ejército Evangélico Mundial Antorcha de la Fe desde el principio, era de los elegidos desde que más o menos en su octavo mes de gestación su padre desbarrancó en la ruta que va de Cutral Có a Trenque Lauquen y mientras caía él mismo vio caer el cargamento de pollos sin cabeza y sin plumas, los vio derramarse barranco abajo como si hubiera salido un río de pollos muertos del culo de la camioneta repartidora, la ola de pollos se alzó, cayó fuerte y levantó polvo de la tierra seca que brilló como si hubiera sido de diamantes, una tierra de mierda que no servía ni para plantar soja, esa plaga, una de las últimas, uno de los cinco jinetes, una tierra tan de mierda que estaba como maldita desde el origen pero le brillaron las partículas al sol del atardecer en el barranco mientras don Francisco Carrasco, repartidor de pollos, hijo de un trabajador petrolero que había querido una vida mejor para él y lo había conchabado de peón en la granja Desertpollo donde el gurí había ascendido hasta repartidor y entonces se había casado y había iniciado sin saberlo la muchedumbre que sería su despojo y lo supo entonces cuando volaban los pollos muertos por el mismo aire en el que brillaba la tierra de mierda y él se golpeaba la cabeza contra el techo de la cabina de la camioneta y tenía miedo de que lo echaran del trabajo o de morirse y atardecía más fuerte en el desierto y los pollos amarillos rosados claros parecían chispazos pálidos del sol y el sol se veía siempre igual pese a los cambios de su punto de vista que daba vueltas dentro de la camioneta que caía girando sobre sí misma y de ese sol al que le volaban pollos como chispas pálidas pareció salir la voz que le dijo “No temas” porque todo el tiempo le habló de tú pese a que Francisco Carrasco era paraguayo y voseaba a todo el mundo, incluso al general había voseado en la colimba “No temas, hijo mío. Eres salvado. Y tu despojo será una muchedumbre”. En ese momento se desmayó tranquilo Francisco y a las horas lo encontraron y lo llevaron al hospital y del susto a su mujer se le adelantó el parto y ahí nació, ya en la fe de Jesús Cristo Nuestro Salvador, el soldado evangélico mundial Omar Carrasco. Por las palabras de Dios el flamante padre pensó que su primogénito iniciaría una larga fila de hijos pero no, sólo quedó embarazada una vez más la mamá del soldado y muchas veces se preguntaron qué habría querido decirle Dios a su repatidor de pollos dilecto Francisco Carrasco con eso de una muchedumbre será tu despojo y especularon con Sarah y Abraham que tuvieron a Isaac alrededor de los cien años pero igual rezaron y rezaron pidiendo aclaraciones. Recién lo entenderían dieciocho años después del día de Su mensaje, exactamente un mes más tarde de haber llevado a su único hijo varón a la puerta del cuartel para que cumpliera su deber con la Patria. Era la segunda vez que salían de Cutral Có desde que les había nacido el chico.
    Al cuartel lo había llevado el padre en la camioneta que tuvo que comprarse después de la que se le hizo mierda el mismo momento en que conoció a Jesús. Le dijo que los milicos lo iban a hacer hombre, que no sería como en el pueblo. El chico le contestó “No te preocupes, papá, vas a estar orgulloso de mí”. Y entró con la Biblia en el sobaco, cantandoSiempre adelante vamos con Cristo, con su palabra que es la verdad. Como soldados estemos listos, pues Jesucristo es mi general. Somos soldados de Jehová. Somos soldados de Jesús”. Eso fue el 3 de marzo de 1994. La paliza se la dieron el 6 un oficial y dos soldados. Y su cadáver apareció en las instalaciones militares exactamente un mes después, el 6 de abril. No puede deducirse ninguna relación de causalidad entre los dos extremos de su estadía en el cuartel. Sí se infiere que Dios, de existir, no está especialmente atento a lo que le piden sus soldados. Porque el chico debe haberle pedido que dejaran de pegarle, que no lo mataran, que le permitiera volver a Cutral-Co a andar en bicicleta y a componerle canciones: fuera de Jesús, tocar la guitarra en el templo, River y el ciclismo eran sus pasiones más fuertes. A cambio, le habrá prometido alguna proeza imposible: hacerse de Boca o dejar de hacerse la paja o irse a evangelizar al Perú de Sendero Luminoso. Habrá rezado y habrá pedido y habrá ofrecido cualquier cosa, pero ni el Ejército Argentino ni el general Jesús se conmovieron y se acabaron la bicicleta y las pajas y la repartición de pollos –había empezado a compartir oficio con su padre- para Su soldado Carrasco. Quedaron pocas fotos de él. Concretamente, dos. Una de las dos debe ser del día anterior a su muerte: se lo ve rapado, mirando al frente, vestido de milico. Era un pibe morocho, de ojos achinados y alcanzó a medir un metro setenta nomás. Seguramente hubiera sido más alto, recién había cumplido los 18 cuando lo sorprendieron las diferencias entre ser soldado de Cristo y ser soldado del Ejército Argentino, la institución que le deparó la muerte y una fama que difícilmente hubiera logrado de seguir viviendo.
    Era tímido el pibe. Y eso de andar con la Biblia abajo del brazo o al lado de la cama o arriba de la almohada le habrá parecido inclaudicable, algo que le debía a su Dios General. Al oficial que le dio la última patada le habrá parecido una mariconada y habrá decidido hacerlo macho. Y kaput, no más mundo para Omar Octavio Carrasco: el Señor lo llamó a su presencia. Cuatro meses más tarde, mientras se llevaba a cabo la investigación del asesinato, un escándalo nacional, el sacrificio del soldado Carrasco fue aceptado. No sabemos si así lo dispuso el general Jesús, la empresa que medía la intención de voto de la ciudadanía o el capricho del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación, el presidente Carlos Menem, o todo eso junto, que no se excluye.
    Y su despojo fue una muchedumbre.

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