sábado, 15 de diciembre de 2012

Bicicleteada poética. Primera parada.

Viajera en bicicleta la noche de las librerías


LEE NICOLÁS DI CANDIA





Choqué con la bici


Venía con la bicicleta a una velocidad que tal vez era excesiva, pero de cualquier modo era una bicicleta, no un 747. Se ve que el camino tenía alguna imperfección, porque en un momento me encontré con que me estaba cayendo.
Hice rápidos esfuerzos por evitar la caída, pero era tarde. El descenso era inevitable. La bicicleta y estábamos tomando caminos diferentes hacia el mismo destino.
Quise ver qué era lo que había provocado ese desenlace, pero decidí que lo mejor era tratar de protegerme antes del golpe. Vi los pocos centímetros que tenía por delante hasta el suelo. Estaba claro que lo mejor era tratar de caer de la manera menos perjudicial que pudiera. Buscar un ángulo menos agresivo, tratar de ir hacia una parte blanda del terreno, tratar de proteger las partes más sensibles de mi cuerpo con las más resistentes. Pero no tenía tiempo para esas maniobras. La caída era demasiado vertiginosa como para poder cambiar algún detalle del trayecto. Sólo podía observarla en cámara lenta, ver cómo el asfalto se hacía cada vez más grande.
Entonces me resigné a caer. Extrapolé qué podía pasarme y cuáles serían los pasos a seguir una vez consumado el impacto. Me preocupé por mi cuerpo (no llevaba demasiada protección) y también por lo que le pudiera pasar a la bicicleta. Pensé que era un poco ilógico preocuparme por la bicicleta justo en ese momento, pero hasta pocos momentos antes la había sentido como una extensión de mi cuerpo.
¿Qué me puede pasar?” pensé. “No me va a doler tanto. El ángulo que llevo me va a hacer golpear un poco, pero estoy seguro de que es mayor el susto”. El problema era que el susto no era algo que se me fuera a pasar así nomás. No tenía control sobre mi trayectoria, menos iba a tener control sobre mis emociones.
Elegí entonces la única opción disponible: registrar cada movimiento en mi memoria. Sabía que estaba viviendo un momento difícil de repetir voluntariamente. Era probable, también, que la gente me preguntara qué me había pasado. Y no quería tener que reconstruir los hechos, cuando todavía estaba a tiempo de rescatarlos.
Es por eso que ahora estoy en condiciones de contarlo.




KARINA MACCIÓ LEE A 
PABLO NERUDA





ODA A LA BICLETA

Iba
por el camino
crepitante:
el sol se desgranaba
como maíz ardiendo
y era
la tierra
calurosa
un infinito círculo
con cielo arriba
azul, deshabitado.

Pasaron
junto a mí
las bicicletas,
los únicos
insectos
de aquel
minuto
seco del verano,
sigilosas,
veloces,
transparentes:
me parecieron
sólo
movimientos del aire.

Obreros y muchachas
a las fábricas
iban
entregando
los ojos
al verano,
las cabezas al cielo,
sentados
en los
élitros
de las vertiginosas
bicicletas
que silbaban
cruzando
puentes, rosales, zarza
y mediodía.

Pensé en la tarde cuando los muchachos
se laven,
canten, coman, levanten
una copa
de vino
en honor
del amor
y de la vida,
y a la puerta
esperando
la bicicleta
inmóvil
porque
sólo
de movimiento fue su alma
y allí caída
no es
insecto transparente
que recorre
el verano,
sino
esqueleto
frío
que sólo
recupera
un cuerpo errante
con la urgencia
y la luz,
es decir,
con
la
resurrección
de cada día.

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