domingo, 13 de julio de 2014

An inspector calls - Jan De Jager


Al final del invierno, encontraron muerto a Shlomo en su casucha del callejón más oscuro del gueto. El viejo estaba casi momificado: piel y huesos, los brazos rodeando las rodillas como abrazando un último calor en el centro de sí mismo.
Ese viernes en la Sinagoga, al anochecer, el Rabbi habló de Shlomo. Recordó los tiempos en que un Shlomo más joven visitaba las casas y todavía tenía la milagrosa habilidad de reparar pequeñas cosas a cambio de unas monedas. Reparaba los juguetes mecánicos de los niños, los relojes, y los antiguos y pesados molinillos de café. Con los años, sus manos habían perdido ese don y su dueño esa ínfima fuente de ingresos.
“Pero atención. Shlomo no murió de hambre, ni de sed, ni de frío. No murió por ser pobre o estar enfermo, o viejo.
(una pausa dramática)
Shlomo murió de soberbia y de timidez. Por orgullo, no golpeó la puerta de ninguna de nuestras casas para que le permitiéramos arrimarse al fuego del hogar, con un tazón de borscht en las manos. Y por timidez de no arriesgarse a ser rechazado.”
Recorrió la sinagoga un murmullo de asombro por la sabiduría del Rabbi, asombro que se fue transformando en asentimiento. Cabezas que miraban hacia los costados y luego knikten vigorosamente.
Prosiguio: “Qué bien nos sentiriamos si esa fuera toda la verdad. Qué conveniente y cómodo sería, pero no. Shlomo murió por todas las causas que nombré, pero además porque en todo el invierno ninguno de nosotros, incluyéndome, fuimos capaces de ir a golpear a su puerta para ver cómo se encontraba, o qué precisaba: también murió de abandono y desinterés. Cuántas causas para una sola muerte.”

Ernst Herzl, Historias del Rabbi Ben Ezra, Viena, 1897.
[trad.2010]

Jan De Jager, Relámpagos Vol. I.
Pronto por Viajera




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